Hace algún tiempo que escribimos este libro usando un lenguaje y una vehemencia declaratoria y entusiasmable, amoldado sin duda al momento histórico, en que el autor entonces vivía. Algunos, por no decir un block de suficiencias intelectuales, nos empujaron a escribir sobre el Noroeste de Bolivia, como “uno de los más capacitados para esta índole de trabajos”, según la fraseología adulatoría de todos los papeles volantes de la región.
Y nosotros, Quijotes a la moderna, sin pensar en el tosco escudero, ni en el flaco rosinante, ni en el gobierno de la ínsula o la soñada Dulcinea, aceptamos el mandato poniendo las mejores energías mentales en la obra. Y aquí la tenéis, lector.
Pasé el tiempo, con ese martilleo incesante y metódico que todo lo destruye y lo cambia, y la labor generosa, fuerte y callada, que día a día daba páginas verídicas, surgidas de las tenebrosidades espantosas del olvido, provocaron odios y envidias entre los gacetilleros de pacotilla: De ahí que de un momento a otro el ambiente se hizo frío, los rostros huraños, y la maIevolencia y la infamia arrojaron su lodo infecto sobre la obra y sobre el sendero recorrido. El autor quedó solo en medio de la culminación infecunda de sus adversarios.